SU ÚLTIMA OBRA
Ante la presencia de las autoridades locales, algunos lugareños y medios de prensa que no escatimaron en elogios hacia el artista y su obra, aquella mañana quedó inaugurada la escultura. Ubicada justo en el extremo del espigón, extendiendo sus brazos al horizonte y con la mirada perdida en la profundidad de las aguas, había sido concebida como un nuevo símbolo de la ciudad, incluido en el proyecto que pretendía impulsar y dar vida a la zona marítima. El resultado fue del agrado de todos y su artífice estaba satisfecho.
Pero,
ahora, un mar de soledad inundaba el taller del escultor. Tanto tiempo dedicado
a ella, a esculpir su cuerpo modelando las formas a su antojo. Tantas noches
acariciándola una vez terminada… Deslizando las manos por sus mejillas hasta rozar
la sonrisa leve de sus labios; recorriendo los delgados brazos adornados con
pulseras de corales; paseando los dedos por el ondulado cabello que cubría los
turgentes pechos y se alargaba hasta las
caderas, donde daba comienzo la metamorfosis que la despojaba de apariencia humana, pero que la convertía en
la más bella criatura del mar.
«¿Y
ahora, qué?», se preguntaba el escultor ahogándose en la tristeza que le
provocaba la ausencia de su adorada creación. «¿Qué harás tan sola? Alejada de mí, desamparada,
expuesta, sin cobijo… ¿Y, yo?, ¿con quién conversaré al terminar el día?,
¿quién escuchará los lamentos de mis fracasos?, ¿quién me acompañará en mis momentos
plácidos? ¡¿Qué haré sin ti?!».
Nervioso,
daba vueltas a la estancia, se sentaba y se levantaba, apoyaba las palmas de
las manos contra la pared, con cada minuto que pasaba aumentaba su
desesperación. El paquete de cigarrillos acabado, la botella de vodka vacía, la intensa lluvia
azotando la ventana, el pulso sin control golpeando las sienes, la mente y el
corazón colapsados, y la imagen de ella metida en su cabeza: extendiéndole los
brazos, llamándole con voz melodiosa, esperándole.
«Ven».
«Ven».
«Ven».
A la
mañana siguiente, inexplicablemente, la escultura había desaparecido del
espigón. Al pie del macizo de rocas, balanceado por las olas, flotaba el cuerpo sin
vida del escultor.
Cuentan
algunos que, desde entonces, en las noches de tempestad, el viento hace llegar el
canto de una sirena hasta el espigón.
Montserrat Pérez Martínez
Abril, 2021
Que xulo!!!
ResponEliminaQue xulo!!!
ResponEliminaI quina foto!!!
ResponEliminaLa síndrome de Florència. L'amor a la bellesa mata. M'encanta el relat i l'idea. Enhorabona.
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