Odio los lunes
Desde que empecé a trabajar en la gasolinera odio más que nadie los lunes. Toca ordenar el desorden de los domingos, estantes de golosinas, neveras, renovar bombonas de butano y lidiar con clientes que llevan el mal humor escrito en sus gestos a primera hora de la mañana. Parece que todo el mundo se ha quedado rezagado en la cama apurando cinco minutos más.
Tengo catalogadas a la gente por su horario, los de jornadas intensivas que vienen con la emisora de radio a todo volumen para empezar bien despiertos e informados. Los ejecutivos con la chaqueta colgada en una percha en la parte trasera. Las madres trasladando su estrés diario y el pataleo de unos niños hacia el colegio. O los jubilados que llevan otro ritmo pero son capaces de desatar mi paciencia.
A las 9:30h todo quedó en calma menos el clima, salía a colocar un panel exterior que el viento estaba moviendo a su antojo cuando he visto llegar a una chica con un vestido de tonos verdosos. Noté en seguida que era novata porque no atinaba a abrir la compuerta del depósito de gasolina de un Mercedes Clase E que le quedaba algo grande a su preciosa figura. Me dirijo hacia el coche y la encuentro agachada como inspeccionando algún rincón secreto del vehículo. Pude darme cuenta que el color verdoso de su vestido provenía de un pequeño estampado con hojas, repollos, tomates y algún que otro guisante, ideal para levantar el apetito, aunque otro apetito se erguía en mí al ver el volumen de sus pechos cuando se giró al notar mi presencia.
–Buenos días señorita ¿Puedo ayudarla?
Mis ojos hablaban con su escote mientras me confirmaba que el coche era de su padre y era su primera vez conduciendo a solas gracias al carnet provisional de la autoescuela.
–No se preocupe, en mi coche se abre con una palanca pero en el suyo seguramente se controle con la llave de contacto.
Abrió la puerta para acercarse a la zona del volante dejándome ver otra parte no menos importante de su hermoso cuerpo. El viento de aquel lunes levantó aquella fina tela veraniega mostrándome un mini traje de baño con estampados a juego del vestido, más guisantes, más tomates y yo más nervioso.
–Ahora lo veo, este panel indica qué compuertas están abiertas o cerradas, no me había dado cuenta. Muchas gracias.
–No tiene por qué darlas, para esto estamos. ¿Gasolina verdad?
–Sí, por favor, 30€. Por cierto ¿podría decirme cómo se usa el túnel de lavado para coches?
-Por supuesto, es muy fácil, puede quedarse fuera o dentro del coche, como prefiera.
En pocos minutos me vi atravesando el túnel sentado en el asiento de copiloto de aquel Mercedes. Al sentarme observé la insignia alemana del volante imaginándomela como una braguita, percibí su perfume e imaginé que sus piernas bronceadas podrían invitarme a probar la tapicería de piel del asiento trasero. Pensándolo bien, no ha sido tan mal lunes.
Relato escrito por Mónica Torralba
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