LA TARIFA JUSTA

 

Tras dos transbordos de metro y veinte minutos a pie, Lin llega al chalet situado en la señorial urbanización. El calor es sofocante y parece doblar el peso de su maletín de trabajo. Toca al timbre y, enseguida, Mirta, la asistenta, abre la puerta y la conduce hasta la sala de gimnasia donde Cayetana Almeida la espera tumbada sobre una camilla, cubierta con una toalla.

—Buenos tardes, Doña Cayetana —saluda, Lin, disponiéndose a enchufar a la corriente el calentador de cera y a preparar sus utensilios de trabajo.

—Llegas seis minutos tarde —recrimina Cayetana a modo de saludo—.Lo de siempre, ya sabes: piernas, ingles y axilas.

            La esteticista embadurna la paleta con cera caliente y comienza a aplicarla en la pantorrilla de su clienta.

—¡Aay! —Protesta Cayetana dando una patada al aire. ¡Por Dios, mujer! ¡Esto está ardiendo!

—Perdón, perdón, señora, yo… no comprobé… —disculpándose, afectada.

—¡Uuy!  —Se queja, de nuevo, incorporándose—. ¡Chiquilla, qué tirón me has pegado! Céntrate un poquito, hija. —Meneando la cabeza.

—Lo siento, yo… —Cabizbaja.

—Anda, sigue. —Vuelve a tumbarse pensando en que hoy, la chica, no está haciendo su trabajo con la eficiencia que acostumbra.

La esteticista extiende otro pegote de cera por sus muslos y Cayetana se da cuenta de que está repitiendo la depilación de esas zonas. «Esta, hoy se queda sin los cinco euros de propina, ¡como que me llamo Cayetana!», decide.

—¡Aaaaah, qué dolor! ¡Basta ya! —Grita iracunda a la par que se baja de la camilla. ¡¿Se puede saber qué haces?!

Lin, con gesto compungido, intenta disculparse, pero las palabras no logran salir de su boca; sus labios tiemblan tanto como su cuerpo.

—¡¿Qué es lo que te pasa hoy, niña?! Anda, mejor que te marches; pero no esperes que te vaya a pagar el servicio.

Lin logra balbucear una disculpa enjugándose las lágrimas que no consigue retener.

—Bueno, tampoco te pongas así, mujer, no quería ser tan brusca… Intentando suavizar la situación.

—No, usted no… Yo… Mi padre… —Y más lágrimas.

—Chica, entre los sollozos y ese acento tuyo, no entiendo nada de lo que dices.

—Mi padre, señora, mi padre se muere. —Consigue soltar de un tirón.

—Oh, vaya… —Se sorprende Cayetana ante la gravedad de las palabras—. Lo siento —contesta haciendo ademán de poner una mano sobre el hombro de la muchacha, pero sin llegar a completar el gesto.

—Mi tío llamó para avisar de que está en el hospital; pero ya nada pueden hacer por él. —Más sollozos.

—Anda. Márchate a verle. —Esta vez consiguiendo colocar la mano sobre el hombro de Lin y dándole unas palmaditas.

—¡Noo, no poder ser! Mi padre vivir en Myanmar —grita alterada, y aprovechando la cercanía de Cayetana se arroja en sus brazos buscando consuelo. Esta, sorprendida, responde con un comprometido abrazo.

—Mi padre muchos años enfermo, sin dinero para el médico ni para medicinas. Él, pescador; nosotros muy pobres... Yo vine a España a trabajar para pagar su hospital. Yo le envío todo lo que gano… Ahora no puedo pagar el viaje para volver a mi país y verle antes que muera. —Inundada en llanto.

—Tranquilízate, mujer. Voy a decirle a Mirta que te prepare una tila. —Propone Cayetana, un tanto descolocada por el relato de la chica.

—No, no, señora, no se preocupe, usted muy amable. Yo ya marcho. —Intentando recomponerse.

Mientras Lin recoge su equipo de trabajo, Cayetana va hasta la cómoda donde siempre deja preparados los veinte euros correspondientes al importe del servicio de depilación y los cinco que acostumbra a entregarle como propina. Una vez tiene el dinero en la mano, devuelve los cinco euros al cajón.

—Adiós, Doña Cayetana —se despide apenada.

Toma. —Entregándole un billete de veinte euros.

—No, no señora, yo no he hecho mi trabajo. —Negando con la mano.

—Que sí, cógelo —insiste.

—Bueno, muchas gracias. —Acepta el billete—. Es usted muy buena. —Lin se dirige hacia la puerta pero Cayetana la sujeta de un brazo.

—Vete a tu país. —Cogiéndole una mano y colocándole un cheque por valor de cinco mil euros —. Ve a ver a tu padre.

 

 

Montserrat Pérez Martínez

Enero 2021



Llac Inle (Birmania)
Fotògraf: Jordi Esteller


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