En cualquier forma de vida


Como cada lunes recojo a María para desayunar juntas en la cafetería Kiko de L'Eixample. María es una mujer muy metódica, lo atribuye a sus más de 50 años como bailarina y a la disciplina militar inculcada en su familia.
Fiel a sus costumbres y manías me suelta del brazo abriendo la puerta de la cafetería  con un pañuelo en la mano, entrando con el pie derecho, saludando al personal uno a uno, observando si hay gente nueva y buscando el periódico del día mientras pide con un gesto lo de siempre. Pongo sobre la mesa el único periódico libre que hay sobre la barra, María se sienta observando la fecha.
—Lo sé, tendremos que conformarnos con criticar la prensa caducada, el de hoy lo está leyendo aquel señor sentado en la barra.
Sonriendo empieza el pase de páginas por la parte de atrás, donde la prensa suele dejar el apartado de cultura. Aparece Edu sonriendo como siempre.
—¡Obsequio de la casa, bizcocho de nueces endulzado con stevia, para ir abriendo boca, rico, rico!
Mientras Edu me desglosa los ingredientes del bizcocho veo que a María le ha cambiado la cara por completo, sus ojos saturados de asombro se desplazan por las líneas, luego me cede el pliego para que lea la noticia.
“El pasado viernes Sasha Kovalev falleció a sus setenta y dos años. Estaba de espectador en el Teatro Bolshói disfrutando de la actuación de su nieto Kolya —el único que quiso seguir los pasos del abuelo— cuando un ataque al corazón lo dejó inmóvil en aquella butaca de terciopelo rojo...”
Recuerdo ese nombre, muchas tardes María sacude su nostalgia extrayendo de aquella antigua cajonera álbumes de fotos, recortes de prensa, cartas, postales mientras describe algunos romances tras los telones, aplausos y alguna que otra batallita del mundo del ballet. Guarda sus mejores recuerdos de los años que pasó en aquella academia en Londres junto a Sasha, nunca llegó a entender su repentino distanciamiento, a su mejor amigo se lo había tragado la tierra.
Observo que el estado de María cambia por segundos, sus manos temblorosas terminan esparciendo el café sobre su chaqueta blanca, histérica se levanta culpando al señor de la barra por deleitarse leyendo el periódico del día, a Edu por guardar periódicos caducados, a mí por no ayudarla a buscar la pastilla rosa para casos de emergencia. Irritada coge el diario haciéndome un gesto de fuga. Dejo a Edu la cuenta pagada.
Nos marchamos por primera vez de aquella cafetería a medio desayunar, sin leer la prensa del día, sin poner verdes a políticos, críticos y editoriales. Ya en la calle, algo más tranquila me pide que vayamos directamente a casa, prescindiría del paseo por La Ciutadela agarrada de mi brazo, necesitaba sentarse tranquilamente a releer de nuevo ese artículo, creer creérselo. Al llegar, el portero nos dice que había llegado un paquete para María con un remitente un tanto extraño, lo cojo y María en seguida reconoce la letra de Sasha Kovalev, no podíamos creerlo. Subimos a casa, invito a María a sentarse en su sofá mientras preparo café, me pide que me quede a su lado y le ayude a abrir el paquete. Era una caja del mismo color que la noticia del periódico, dentro, un sobre de un notario ruso y unas zapatillas de Ballet con el nombre de María Sastre del Valle escrito en la suela. Cara y manos de María eran una coreografía de emociones, abrimos el sobre encontrando una carta en ruso escrita de puño y letra por Sasha y tras ella una traducción al castellano por la notaría.
“Querida María.
Si estás leyendo estas palabras es que me ha sorprendido la muerte. Redacto esta carta y me estoy imaginando tu cara al ver tus zapatillas, aquellas que hice desaparecer momentos antes de aquella prueba para el Cascanueces, éramos muy jóvenes, todos queríamos vivir ese sueño, pisar el Hermitage a lo grande. Necesitábamos subir peldaños a cualquier coste, Irina quería ese papel y accedí a sus chantajes como lo hizo George con vuestro noviazgo, declarando a la prensa amarilla su verdadera identidad sexual. No sé si llegaste a saber que aquellos poemas en su nombre fueron escritos por mí, sí siempre estuve enamorado de ti. Es de ser muy cobarde declarar todo esto en una carta que lleva como remitente mi muerte. Tengo que reconocer que el remordimiento siempre me ha acompañado tanto o más que tus zapatillas. Me prometí a mí mismo localizarte, llamarte y devolvértelas en persona pero ya ves, he consumido todas las oportunidades, al final la muerte se encargará de hacerlo. Sé que me tenías un gran aprecio y que me perdonarás. Te quise y te querré siempre en cualquier forma de vida.

Sasha”.

Relato escrito por Mónica Torralba

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