Tormentas

Me pongo los guantes de fregar, esos que me vienen grandes, para fregar los cuatro cacharros de la cena, pese a que tenemos lavavajillas. Siempre me ha relajado. Me ayuda a pensar.
No estoy en este mundo. Siento un peso enorme sobre mi espalda, una mochila emocional de más de cien kilos de peso. Mi cuerpo sigue, pero mi mente ha decidido hibernar para guardar el luto por la muerte de la ilusión.
Pienso en ella, la otra. Y en mi manía. ¡Mi maldita manía de perseguir finales felices! Y pienso en esta primavera que ha sido suplantada por el otoño, este mayo que se ha disfrazado de abril y sus aguas mil. Pienso en un mayo lluvioso y que, aún así, me invita a terrazas chill out, a tomar mojitos y a perder la ropa. Una tormenta que me sorprende destilando alcohol, sin la mente clara y la piel en llamas.
Llueve, llueve mucho y yo bajo la lluvia. Una lluvia que me moja y que no sirve para apagar mi deseo, pero sí para mezclar la humedad exterior con la humedad interior. 
Llueve, llueve mucho y las dos bajo la lluvia y sus ojos verdes clavados en mí, preguntando por qué estoy enfadada. Y yo la miro y solo veo su cara y su cuerpo empapados, mientras pienso lo bonito que sería soltar todo lo que siento ahí, en ese justo momento, como si fuera una peli romántica de tarde de Antena 3, bajo una lluvia torrencial que, sin embargo, no impide que nos hayamos quedado clavadas a la intemperie entre la gente que corre a buscar cobijo. Sé que la sensatez debería haber acudido al rescate, pero lo hace demasiado tarde, porque lo he hecho, lo he soltado y ya no oigo nada, excepto el latido de mi corazón en las sienes y la lluvia contra el suelo. Por respuesta, el silencio y una mirada que se dirige al suelo.
Un grito a lo lejos: ¿vais a entrar o no? En silencio entramos al local. Mi cara está empapada, pero no sé si es por la lluvia o si es que estoy llorando. Todo está mezclado: las lágrimas con la lluvia, el alcohol con la sangre, el deseo con la rabia, la tristeza con la culpa...

- ¿Estás llorando? - una voz desde la puerta me devuelve a la cocina y a mi labor de fregar los platos.
- No, qué va. Es que me picaban los ojos y me he rascado sin quitarme los guantes con jabón.
- Ya... - dice mientras me mira incrédula -. Estás muy rara últimamente.
- Es la lluvia, que me deprime.

    
Heidi

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