El aire que dejas

La cálida espuma flotando sobre su piel despierta sensaciones reconfortantes. «Este sosiego, este bienestar, esta soledad buscada…—piensa, libre de cadenas esmaltadas que simulaban adornos, talado ya el seto de rosas que la amurallaba y aligerada del peso de una culpa que no era suya—. Nunca más ser una pertenencia, una parte de alguien, el silencio de otro… ¡Ser yo!»

Una llave abre a unos pasos furtivos y a una bocanada de aire helado.  Hoy no le basta con hacerla suya a través de las cámaras colocadas estratégicamente por su apartamento. Anhela sentirla, poseerla; ella continúa perteneciéndole. Ofuscado, hunde el rostro en la blusa que la ha vestido durante el día. Por esta noche, se conformará  con el aroma que desprende.

Un ligero escalofrío recorre su cuerpo al notar una corriente fría en sus manos. Las sumerge en el tibio baño y, plácidamente, vuelve a abandonarse a sus pensamientos.

Relato de Montserrat Pérez

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