¡Cuéntanos, Montserrat!

-¡Cuéntanos, Montserrat!- dijo Pepi animada.
-No seas niña y primero reparte- dijo Montserrat mientras guiñaba un ojo a Nuria, su pareja de mus.

La partida fue reñida y acabaron ganando Pepi y Lola. Se notaba que a Pepi no le apetecía jugar más, hoy quería deleitarse con las historias de Montserrat, de su vida romántica, de sus viajes por todo el mundo como gran bailarina de ballet y Monserrat disfrutaba la que mas, se enderezó y dijo:

-En 1973 me uní a la compañía Tanztheater de danza moderna, creada por la gran bailarina y coreógrafa Pina Bausch; recuerdo que fueron años muy duros, de mucho trabajo, pero de una gran satisfacción. Aprendí a expresar emociones y sonidos con los movimientos corporales, lloré y reí; Pina, mientras fumaba compulsivamente, nos exigía hasta partirnos en dos. Después de las funciones llegaban las flores y los admiradores, ohhhh, que recuerdos, Philip, mi príncipe azul, me robó unos besos en aquellas pintorescas calles parisinas.

-¿y te robó alguna cosa más?- dijo Lola riendo con picardía.
- Que te voy a contar que no sepas ya, ¡bruja!- y todas rieron .

En aquel momento entró en el casal un tipo bien parecido, nadie lo conocía. Debía entrar en la setentena, bigote a lo Clark Gable, traje bien planchado y de buenas maneras. Se hizo el silencio y se acercó a la barra. Pidió una cerveza y observó detenidamente al grupo de cuatro amigas. Dos eran viudas y Montserrat solterona de la cabeza a los pies. Pepi y Lola se dieron unos codazos. Parecía que dudaba, pero al fin se decidió y se acercó a su mesa. Carraspeó y dijo:

-Disculpen señoritas. Me llamo Eduardo Pinies, permítanme que me siente un momento con ustedes.
-si hombre, no faltaba más, siéntese, por favor.- se apresuró a decir Nuria.
-Si no es molestia, creo que conozco a una de ustedes- y se dirigió a Monserrat mientras se quitaba el sombrero y hacía una leve reverencia.
-¿Si?- Dijo apresuradamente, -¿no me diga?
-Sí, sí, tenemos una conocida en común, Doña Fernandita, viuda de Francisco Serrano, los antiguos dueños de El Molino.
-No, no, yo no conozco a esos señores, se equivoca- dijo palideciendo inmediatamente.
-Estos ojos no los podría olvidar en mi vida, Dulce Mimi.
-¡Que dice usted! ¡Yo no sé quién es esa señora Mimi! ¡Por Dios santo, me confunde usted!
-Oh, mi dulce Mimi, mi obsesión, que enamorado estaba, y ¡Que piernas!, ¡Qué escote!
-Nuria, aquest brètol m’està treien de polleguera- dijo poniéndose de todos los colores. Y ellas ya no sabían dónde mirar.
-Mi dulce Mimi, permítame que la invite a cenar esta noche, para recordar todas aquellas noches lujuriosas que pasamos.
-Pepi, Nuria, Lola, això es massa!- Temblando se levantó -¡y señor como se llame, no vuelva a molestarme!- cogió el bastón con solemnidad y se fue lentamente hasta su casa.

Se preparó un Gin tonic y ya en el sofá, abrió su álbum favorito; repasó una por una todas aquellas fotos exóticas en El Molino, con las más grandes vedettes de la época; aquel 1973 con Eduardo Pinies, y sonrió. Las pánfilas de sus amigas nunca podrían imaginar que nunca se había puesto un tutú. Y mientras pensó, ¿qué haría yo sin internet?

Relato escrito por Marta Arribas

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