La carta que cambió el rumbo de mi vida

Hacía justo un año que había fallecido mi padre. Una muerte estúpida y sin sentido, le sobrevino de la forma más impensable que nadie pudiéramos imaginar. Aquel fatídico día fue a comprarse unos zapatos y a la vuelta tropezó al entrar en casa con la alfombra y cayó de bruces golpeándose en la cabeza, nada menos que con el pie de la puerta del frigorífico. El golpe fue demoledor. Ni siquiera pudo articular palabra. Esto es lo que declaró su mujer en comisaría.
Aunque ya había transcurrido suficiente tiempo como para aceptar lo sucedido, muchas veces todavía lloraba su ausencia y entraba en su despacho y me entretenía abriendo los cajones y revisando sus cosas. Aquella noche no podía dormir y me pareció escuchar su voz que pronunciaba mi nombre: “Araceli, Araceli”, me pareció oír dos veces. Me levanté y sin hacer ruido alguno entré en su despacho y como tantas otras veces comencé a abrir y cerrar los cajones. Me fijé entonces en el último y cuando intenté abrirlo, alguna cosa de dentro lo impedía. Introduje la mano y apareció una caja de madera que jamás había visto. Me extrañó muchísimo y más cuando al abrirla encontré un sobre. Enseguida reconocí la letra de papá: “Para mi hija Araceli”. Lo abrí de inmediato y al coger la carta que contenía escuché un clic cloc de algo que había caído al suelo. Miré sorprendida y debajo del escritorio encontré una llave. La recogí y empecé a leer.
“Mi querida hijita. Ya sabes que siempre has sido mi tesoro, mi niña preferida. Todos estos años sé que te lo he hecho pasar mal. Has sufrido mucho por todos mis errores cometidos. No debería haberme vuelto a casar, pero cuando murió tu madre me quedé desolado. Tú todavía eras muy pequeña y necesitabas una madre. Conocí a María y me deslumbró su belleza. El resto ya lo sabes. Te pido perdón. No supe ver sus maléficas intenciones. Los hombres a veces pecamos de ingenuos. Nunca supo ocupar el lugar que le correspondía y cumplir con sus obligaciones. Si estás leyendo esta carta es porque ya no estoy con vosotros. Tengo miedo por ti, por tu futuro. No sé hasta dónde puede llegar su maldad. Por eso te dejo esta llave que abre una caja de seguridad que se encuentra en el banco que te especifico en Suiza. Allí encontrarás todas las instrucciones para que no te falte nada el resto de tu vida y dejes de ser esa niña triste que me rompía el corazón. Es lo que te pertenece. Espero y deseo que no cometas mis mismos errores y te dejes embaucar por el primero que te ofrezca su amor. Sé lista hija mía. Estoy muy orgulloso de ti y confío en que sabrás utilizar el sentido común. Tu padre que te quiere hasta el infinito”.
Sin dar explicaciones, a la mañana siguiente cogí el primer vuelo que me llevó hasta Ginebra y allí me dirigí al banco que papá me indicó.
Unos documentos me acreditaron como la única heredera de todo el patrimonio que mis padres habían acumulado trabajando duro allá por los años sesenta. Mi madrastra y su hijo no pudieron tocar ni un euro.

Relato escrito por Roser Lorite

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