Eres la respuesta

La estancia posee un aire totalmente desangelado, los elementos que la integran contribuyen a ello. El mobiliario es de poca calidad y escaso, simplemente el imprescindible: una mesa de tamaño casi ridículo que soporta el peso de pantalla, teclado y ratón de ordenador, además del de un calendario publicitando a una empresa farmacéutica; tres viejas sillas con las patas oxidadas; una estantería endeble con varios archivadores y una funcional camilla cubierta por el papel que algún paciente dejó arrugado. Las paredes y cortinas, que antaño debieron lucir la esterilidad del blanco, ahora se muestran amarillentas. La iluminación, intensa y fría, resulta cegadora. La calidez del ambiente brilla por su ausencia.

Recibe un saludo riguroso, acorde con la sala, y una invitación protocolaria a tomar asiento. Frente a ella, sin más preámbulos, la voz carente de expresión del experto comienza a darle explicaciones sobre el procedimiento seguido en la investigación, mientras sus cuidadas manos, apéndices de unas mangas de un blanco impoluto, le van señalando con poca precisión una serie de gráficas plasmadas en un informe. La voz se torna aún más impersonal cuando explica como las pruebas se han repetido hasta la saciedad, ante el desconcierto generado por unos resultados totalmente inesperados. Pero que, no obstante, ha de admitir, en contra de la experiencia adquirida en sus años de profesión y estudio, y tragándose su orgullo, que debe rendirse a la evidencia. Conclusión: positivo. Un contundente positivo.

«Positivo: tu luz es débil.»

No hay un “aunque…”, no hay un “pero…”. Sólo un rotundo positivo.

«"Positivo.” Irónico uso de la palabra…»

Con un nudo en la garganta comienza a plantear a su interlocutor las estudiadas preguntas preparadas para la ocasión. Las respuestas, que resultan inconcluyentes e imprecisas, fruto del desconocimiento por parte de la comunidad médica y de la incomodidad que, desde su posición, le genera el hecho de tener que admitirlo, se convierten en sus mismas dudas pronunciadas en voz alta por la boca del erudito. Pero eso ya hace que la diferencia sea grande: ahora la rareza tiene nombre propio y un padrino de excepción; ya puede ser presentada en sociedad.

«Positivo… y la incertidumbre continúa…»

Nota como una mano suave y perfumada se posa sobre la suya, se gira y se encuentra con esa mirada cómplice que nadie como ella sabe traducir a palabras. Y es al ver ese rostro, que tanto parecido guarda con el suyo por ser común herencia de su madre, cuando un torbellino de imágenes y sensaciones cruza por su mente en un instante: esos dos soles propios a los que debe recordar cuanto brillan, la brisa que anuncia que pasó el invierno, unos críos felices que corretean por la casa, esas canciones que ha hecho suyas sin permiso, el sonido de la lluvia desde la cama, la plenitud de un gran sentimiento ahora calmado, los rencores acallados, el calor de su manta preferida, la purpurina de la Navidad, el dolor de un amigo transformado en poesía, su rincón preferido, el sueño de ver su nombre impreso en un libro, el olor a bizcocho en la cocina, quedarse sin aliento cantando, el recuerdo intacto de su madre…

«Ahí tienes las respuestas.»

El mismo perfume que ha quedado impregnado en su mano inunda ahora toda la estancia, y como si por entre un campo de flores caminase, abandona aquel lugar dejando allí un pedazo de sí misma, pero llevándose consigo toda su esencia.


Relato escrito por Montserrat Pérez 

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